L.B.


La vida que yo te di. Soplé tus ojitos rojos, tamizados de inciertos caminos sinuosos y aguerridos. Como el olvido y como tú. Como el tiempo que invertí en la alfombra de tu cuerpo. Algo visceral. Vida que yo te daba a sorbos y a tantitos. Bebiendo versos de cuna arcángel de medialuna. Sacudías el polvo en tus mejillas, titiritero de bajo presupuesto. Soplo de risa. De noche. Naranjales emancipados a tu vera. Gramos de gracia. Vida que yo te daba a cambio de nada. Tendidos al sol como la piel de tantos tontos trenes que arribabas arrogante soldadito de plomo de cartulina. Luz ámbar. Ámbar luz. Soplé las alitas de tu corazón con vicio esperando sin dormir hasta verte amanecer. Ciega de espanto. Tanta luz. Tanto llanto. Mezclándonos confundidos de cara al viento. Vida que alquilaba para ti. Desde formas indescifrables. Tan tuyas, tan mías. Cuasi reales. A cambio de nada. O de verte sonreír; que a veces es lo mismo soldadito abanderado inquilino de mis horas de encierro. Soplé tus piernitas y tus bracitos jamás nacidos, jamás reales. Y era yo. Era yo quien sujetaba el volante de tu nave invisible. Soldadito impostor de hojalata. Madreselvas escondes y lo sabes.
Vida que escribí por y para ti. En psicodélicos intentos de abrazarle las rodillas al viento y perdernos soldadito en manotazos de gases y desechos. Aire puro, verdadero, en tus 7 pulmones de barro. En tus cabellos de superhéroe y esa sonrisa que inscribí en tus labios de aceituna. Moras, girasol de cerámica. Soplé debajo de tus costillas de soldado--porque a veces eras soldado—y aprendiste a caminar.

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