L.B.

Alguien lo vio partir. Empinaba la mirada como sosteniéndose de alguna parte para no titubear. Llevaba mangas largas. Una cicatriz de caramelo en los labios supuraba llovizna y desasosiego. La luz se extinguía dentro de su pecho. Él perdía todas sus batallas con la única certeza de aquel utópico camino de regreso que alguien le contó una noche de verano. Nunca durmió. Destejía poesía, fantaseaba realidad.
Las manos a punto de congelación envueltas en felpa y una fusión de intentos carcomidos color limón. Un extraño sopor recorría la sangre. Torpes bocanadas de angustia surcaban la premura de sus ojos diminutos. Por adiós un documento vencido. El vestido de su primer amor. Rosas. Tardes interminables de ocio y calentura. El nombre de Dios.

Alguien lo vio partir. Desde su asiento de madera. Brazos cruzados. Pétrido. Inerte. Soplo de magia.

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