L.B.


Era Abril. Otoño y azulejos. Poco que perder. La ilusión del mañana como un cometa de quinientos ángulos. Espeluznante. Abrasador como los tentáculos del tiempo cuando vigila desde los ojos del extraño perfecto; cuando cuece amapolas y ensarta el ronroneo del silencio, como una bufanda, como un collar de arena.
Teníamos días sin hablar. A penas, y acaso, el chorrito del café en la cafetera rompía el silencio con su resplandor hipnótico, de maleta ajena, y tendía un puente negro para nuestros abismos. De cuando en cuando, el periódico traspapelado me sumía en un vertiginoso remolino de dudas superpuestas, puertas sin cerrar, círculos de cuatro lados…Y no sabía bien que decirte. Cuando preguntabas, mientras encendías cigarro tras cigarro, si me iría o me quedaría. Que qué haría con mi colección de discos y de monedas. Entonces algo te desfiguraba. Perdías cuerpo y volabas etéreo hasta tocar con la barbilla el techo de la habitación donde leías a Cortázar y rompías interminables borradores de tu novela. Te elevabas ingrávido como un cometa de terciopelo; desmejorado e inalcanzable; una estrella perdida en el infinito. Parecías cortado con navaja; de esas que hacen herida de forma casual. Eras navaja a su vez. Lo que me hacía sospechar que te cortabas con tu propio filo.
Los discos me los llevaría, si lograba arribar completa al vagón fantasmagórico que me apartase de ti, duende y vidente. Vidente retrógrado a paso de araña hechicera. Te dejaría todas las caras de mis monedas de colección, para verte bailar desde mi vagón la danza adusta que ajuste mí frente a una enferma necesidad de romper la vela de tu corazón. Y también, por qué no, te viera desde el reflejo de mi copa abrazar mis dudas de princesa destronada hasta dormirme en un para siempre orillado y senil. Invierno que te adoró mi termómetro de mercurios apelotonados; con el alma desbocada y fuegos artificiales que jamás cumpliríamos. Aferrada así a tu cintura de aspirante a cupido y pirata; retazo de Romeo de tantas, de siete cabezas. Hidrocefálico risueñor de tez morena, porque algunas noches el frío carcomía la piel de mis antebrazos y la muñeca de porcelana despertaba entre legañas y ojeras al llamado de su príncipe. Y yo me conformaba con tocar el fondo de tus botellas hasta perder la cordura en el melodrama de tus bolsillos de cartón piedra.

Entonces nos parecíamos a los borradores de tu novela. Corroídos por la niebla de Lima, vigilando la vida desde un prólogo indecible presa de las travesura de tu cajón blanco. Era Abril. En un año de once meses con edema en la mirada. Silencios, chorrito de café, puentes negros, humo y borradores. El resto te lo dejaría.

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