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Hoy el día nació blanco. Crepúsculo y alcantarilla. Blanco desde una luna prohibida pero marchita; marchita doblemente abolida. El viento sincrónico y cortante le dobló la cara a una fotografía en blanco y negro que tomamos en aquel viaje que nunca hicimos. Blanco también. Atrincherado en árboles coposos que lo dejaron entrever, de reojo y sin esfuerzo. Pestañeo lento y espeso. Ojos cafés. Un día de fiesta. Luces de colores acodándose en las nubes de tu cielo veinteañero. Tan azul, tan Abril. Ibas de gala. De espalda a mi lente romboidal y quimérico. Pasito de ave. Ave de múltiples cabezas; plumas cortas y burlescas. Pero el día amanecía blanco y distendido entre burbujas que rozaban tu cuello de bicho multiforme. Ávidos de tanta risa, el temporal de tu recuerdo y yo. Posé mis años en orden de inquietud sobre su lomo desbordante y atrevido. Día tibio. Día grandilocuente. Cubierto de un inusual vaho donde imprimí un gesto equivocado simulando una caricia en tu frente. Hoy el día se deshizo en hilos tricolor, mimetizado con el ozono y el carmesí de la memoria. Pies en espiral, sonrisa maquiavélica. Día blanco. Orilla del después.

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