Sabes, mientras te observaba jugar reparé en la manera como las personas con los años no solo nos vamos encogiendo físicamente por la pérdida de liquido sino también como lo vamos haciendo por dentro. Dejamos de subirnos al árbol más alto porque hemos ido perdiendo el ingenio y tememos caer y lastimarnos. Ya no hacemos grandes fogatas con amigos y familiares pues nos empezamos a regir por un reconocido dicho que dice que quien con fuego juega se quema. El único dicho que tú conoces y repites el día entero es "que todos para uno y uno para todos". Hoy quisiera ser tan grande como tus amigos y tu, que con apenas 5 reducen el *mundo a deformes figuras geométricas hechas con tiza en la acera de enfrente. Cuando juegan a las cartas tú no escondes ninguna bajo la manga. A los adultos, en cambio, nos cuesta seguir apostando y nos la pasamos sentados esperando que nuestras ganancias emocionales y materiales se reproduzcan bajo un colchón imaginario en el que nunca conseguimos descansar del todo. Ya no escribimos cartas a Santa porque él no tiene email; tampoco tiene skype o blackberry. No dejamos las muelas que vamos perdiendo bajo la almohada porque ya no usamos una desde que el quiropráctico nos dijo que hace daño a la columna. No jugamos a las escondidas por temor a que nadie nos encuentre .Y no dejamos que nos ampayen porque de ser así…….. Quien podrá salvarnos?
En cambio tú me conquistas con una *plancha quemada a todo pulmón que me recuerda que hacer el ridículo puede ser un buen motivo para volver a empezar.

Los adultos hemos aprendido a sonreír en pasado perfecto porque todo parece indicar que un día antes que hoy todo estaba mejor. De tu silencio aprendo que con los años retenemos tanto sodio como te quiero, dos sucesos que coincidentemente dañan al corazón. Dejamos de inflar globos por temor a añadirle una grieta más a la envoltura de la cara. Preferimos no embarramos con helado de chocolate y lo comemos a toda prisa para que no se nos derrita en las manos; por eso pocas veces quedamos satisfechos, porque al cerebro le llega la noticia del helado de chocolate más tarde que a nuestras caderas. Así como vez los adultos empleamos la mayor parte de nuestro agitado día enquistados en un pasado que nunca termina de irse y queriendo a todo precio moldear a nuestro antojo un futuro que no nos pertenece más que en la imaginación.

Ayer por la tarde cuando te lleve a la playa a jugar me enseñaste que no importa cuántas veces una intrusa ola derribe tus castillos, hay que insistir y seguir levantándolos de buena gana y con mejores cimientos. Y quizá esto responda mejor a tu pregunta de por qué los ancianos lucen pequeños y encorvados. Tal parece que a la adultez y la posterior vejez irónicamente traen consigo una gran dosis de cobardía al punto de que no nos hemos vuelto a balancear en un columpio, mientras tú lo haces y casi podría asegurar que tocas el cielo con las yemas de los dedos. Por eso admiro tu grandeza; porque te lanzas por la resbaladera más alta del parque sin ver si alguien espera por ti ahí abajo, mientras los adultos muchas veces constituimos un hogar con tal de que alguien nos espere en casa al volver del trabajo. Y vivimos asumiendo que el mundo debe funcionar en base a nuestras necesidades y expectativas, regidos por los compas de un reloj de pared mientras a ti te estorba cualquier cosa que lleve batería, pila o arena en otra parte que no sea entre los dedos de los pies.

A veces quisiera tener tu coraje para tocarle la puerta a ese amigo con quien perdí contacto y decirle cuanta falta me hace compartir con él mis vivencias. Con la edad he aprendido que una nunca sabe cuándo será la última vez que cruce una puerta, y a pesar de eso cuando estamos dolidos nos creemos con derecho a todo. Pequeña como ves la edad nos vuelve tan "precavidos" que vivimos tomando medidas y acabamos confeccionando el disfraz perfecto para habitar un mundo que no deja de quedarnos grande.

Nunca olvidare hoy, mientras triturabas unos caramelitos de colores con tu tenedor de plástico, dijiste que en realidad estabas triturando estrellas; todas menos una. Al preguntarte porque dejabas una intacta respondiste que aquella era a la cual le habías pedido un deseo y estaba en el cielo. Entonces cerré los ojos y pedí el mío, fugaz como la niñez.